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cortan una pierna, y otra, y las tortugas siguen en vida; y les cortan otra pierna, y la última, y las tortugas siguen - increíblemente - en vida.

Preguntamos por qué hacían así, por qué no les cortaban la cabeza primero, o por qué no las aturdían de un golpe en la cabeza; nos contestaron, con la tranquilidad de un justo, que así siempre se hace, que es la costumbre. Les dijimos que es una cruel costumbre; les preguntamos, otra vez, por qué no matan a la criatura primero, pero no entendieron por qué les molestábamos con tan inútil pregunta. Quizás eran estas tortugas una reincarnación de malhechores en otra vida.



Los perros se deleitan con los intestinos

También vimos varios tipos de conchas de formas rococó, pero algunas tan pesadas que, como ya dicho, era para admirar mas no para llevar.

Levantando la mirada, de la arena a la inmensidad de las olas, nos imaginamos el primer barco de los primeros Europeos incursionando en estas aguas a lo largo de la costa, en procedencia de Panamá, bajo el mando de Pascual de Andagoya, alrededor de 1530, pero sin ir más lejos que, precisamente, Ecuador, regresando en seguida a Panamá, como paso previo al aventurismo de Francisco Pizarro y de su banda, unos dos años más tarde.

Es de tardecita.

Fuimos a ver al pescador-arqueólogo casero. El viento no está soplando en la buena dirección para nosotros; el pescador decidió que seguiría juntando sus semillas de camarones mientras se pudiera; nos explicó que la recolección de las semillas de camarones no es solamente a la marea alta de la tarde sino, cuando hay Luna creciente como ahora, con la marea alta de la madrugada también. Durante los días y las noches de Luna menguante, desaparecen las semillas de camarones y desaparece la pesca; pero, como nos explicó, no desaparecerán los esqueletos, por lo que va a dejar sus excavaciones para entonces.  Y para entonces, ya estaremos lejos.

Queda por ver cómo anda el resfrío del guaquero.

El guaquero está más ronco que esta mañana. Así que paciencia y perseverancia no nos sirvieron para lograr la materialización de esta posibilidad; pero no nos arrepentimos de haber vuelto a Valdivia porque enriquecimos nuestra experiencia - si bien no de la manera esperada - de maneras inesperadas igualmente valiosas.

Después de despedirnos del guaquero ronco y antes de estacionarnos para la noche donde estamos ahora, tuvimos otro encuentro.

Otro hombre, al enterarse de lo que deseábamos y del resfrío del guaquero, nos ofreció que, mañana, iría a abrir una tumba con nosotros, y que, inclusive, nos vendería lo que pudiese encontrar si así lo deseáramos, siempre que lo llevemos al lugar, lo traigamos de vuelta, y paguemos a él y a unos ayudantes un jornal ...