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con una trenza larga saliendo de debajo de sus sombreros. Las mujeres, con una novedad en la indumentaria, de la cintura hacia el suelo: una falda larga, angosta, lisa, de tela blanca, y, por encima, otra falda larga, lisa, de color negro o azul oscuro, menos angosta, y abierta a un costado a todo lo largo, pareciéndose el conjunto, visto desde este costado, a un kimono; también, parte de este uniforme - y uniforme se lo puede llamar porque el 98/OO de las mujeres lo llevaba - era un nutridísimo collar de muchos rangos de cuentas, tapándoles totalmente la garganta y, en gran parte, el pecho.

Si el aspecto de kimono establece una fortuita reminiscencia extracontinental, dichos collares establecen un vínculo directo, real, extracontinental: de una manera totalmente anacrónica en una indumentaria indígena y, se supondría, con raíces antiguas - después de todo, esta zona de Otavalo está poblada continuamente desde tiempos anteriores a los Incas - las cuentas de vidrio hueco livianito y dorado de esos collares vienen, según nos enteramos ... en importación directa y muy contemporánea de Chequia. El segundo tal caso de contribución de la industria contemporánea checa a las artesanías, llamadas nativas, y consideradas exóticas, de América - el primer caso habiendo sido en algún lugar, que ahora no recordamos, del suroeste de Vespuccia, pero que seguramente está anotado en nuestros apuntes.



Indígenas en Otavalo llevando collares checos, y no pocos

Hablando de vínculos, reales o coincidentales, intercontinentales, las pocas mujeres que no llevaban el uniforme consagrado y aprobado, llevaban blusas, y hasta polleras, que parecían venir en línea directa de los trajes antiguos, hoy llamados folklóricos, de algún país eslavo - muy curioso, muy curioso.



Una vendedora cuyo traje recuerda los europeos antiguos

Otro punto de contraste y de heterogeneidad en la fraternidad mercantil lo daban algunas mujeres negras, lado a lado con las paraborígenes.

También, apareció, en el momento estratégico del mercado, una cofradía de músicos - dos flautas de Pan y un bombo - seguida de una procesión de una Virgen. Al finalizar la procesión, tratamos de comprarles una de las flautas pero se negaron a venderla, la necesitan para las procesiones. Naturalmente, podríamos haber comprado docenas de tales flautas en la feria, pero era obvio a nuestros ojos que eran una imitación sin vergüenza no apta siquiera para juguete.


Y falta el sonido

En resumen, fue esta visita a la afamada feria paraborigen e indígena de Otavalo muy fructífera para nosotros; bien valió la pena de apurarnos para llegar a tiempo.

Lo que los paraborígenes no pueden vender es propiedad inmobiliaria a Blancos; lo tienen prohibido por ley.

Vamos a salir de Otavalo en dirección a Quito, con la firme esperanza de encontrar cuanto antes un sitio favorable donde parar, y estirar el tiempo antes de Quito; recién pasado mañana será lunes y estamos a sólo 116 kilómetros de la capital de Ecuador.