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Ya el camino hacia nuestro primer sitio nos agració con un lujo de cuento de hadas. Los 35 kilómetros tuvieron, es cierto, sus centenares de curvas, su sinfín de bajadas y subidas, su camino de tierra y bastante angosto, pero también tuvieron un lujo inefable que nos acompañó a cada vuelta de rueda en todo el trayecto. Y fue que, a pesar de los muchos cruces, los muchos empalmes, los muchos lugares dudosos, no tuvimos que pedir direcciones ni una sola vez; fuimos maestros de nuestro destino, del primer al último metro, gracias al milagro extraordinario e inexplicable de indicaciones viales claras apareciendo como por obra de varilla mágica en todos y cada uno de los puntos que pudiesen haber sido dudosos; incluso, en unos cuantos puntos donde no podía haber duda, había un cartel tan sólo como un amigo diciéndole al viajero "sí, no se preocupe, está bien por aquí".

Así llegamos cerca del primer sitio, el Alto de las Piedras.

A los pocos minutos de haber alcanzado a pie el sitio arqueológico propio en lo alto de la loma, nos sentimos más interesados, más abiertos a percepciones, porque había cosas para percibir. Pocas cosas, quizás cuatro estatuas, y otras tantas tumbas, pero cada una, con algo de interés.

De inmediato, por simple contraste, tomamos consciencia de la falla del Parque Arqueológico de San Agustín: dicho parque, más que nada es un depósito indiscriminado de todo lo encontrado a lo largo y ancho de una cierta zona, con, como es natural en cualquier actividad humana, algunas cosas buenas, pero muchas más, regulares o malas; lo bueno siendo sumergido en, y envilecido por, lo malo.

En el Alto de las Piedras, la escultura de más interés, y de lejos, es una escultura del famoso tema del alter-ego. Nosotros siempre creímos, en base a nuestras lecturas, que las esculturas del alter-ego constan de dos figuras - la figura de un personaje y la figura de su otro yo - así que fue, con no poca sorpresa, que descubrimos que dicha escultura consta no de dos sino de tres personajes y, al rato, con más sorpresa todavía, que descubrimos que, en realidad, escondida en una parte del tercer personaje, había una cuarta figura, así que, sin lugar a duda, las esculturas llamadas del otro yo no tienen dos sino cuatro personajes, aclarando que los dos primeros, y principales, son antropomorfos, y los dos otros, zoomorfos. Fuera de su significado filosófico, dicha escultura es simplemente una pieza estéticamente satisfactoria en su forma y en su acabado.



Uno con su alter ego visible, el otro no

Dos de las tres estatuas restantes presentan una característica bastante escasa en la estatuaria agustiniana: un poco de benevolencia, un poco de amabilidad de expresión - nada de caras felinas, nada de caras abstractas, ritualizadas, simplemente dos caras acogedoras, con la boca cerrada y los ojos tranquilos. Incidentalmente, una de estas dos mujeres está representada en su noveno mes - por lo menos.