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música paraborigen de todos los rincones del continente americano; en la última instancia, de los Emberáes y de los Omahas.

Otra vez estamos con la rabia del tráfico; no hay una vez que vayamos a algún lugar sin ver algún accidente - uno de ellos, de un camión grande, caído en un canal abierto bastante profundo como los hay en Bogotá. La única reacción de compasión que se nos ocurre cada vez es: bien hecho; la culpa la tienen tanto las autoridades como los conductores, porque las autoridades son tan indisciplinadas como los conductores: a veces, sí, hacen boletas, pero cuántas veces vimos infracciones grandes cometidas repetidas veces por vehículo tras vehículo en la presencia de no un policía sino de tres policías - éstos no se animarían en la calle en grupos de menos de tres - charlando.

Y otra vez estamos en el increíble ambiente anti-delictivo.

ø En uno de los talleres de nuestra Vía Oleosis, era justamente la hora de salida del medio día; cada mecánico se presentaba delante del guarda del portón con los brazos abiertos en cruz para ser palpado de pie a cabeza.

ø En otro sitio de la misma Vía Oleosis, todo el complejo del concesionario estaba rodeado por un alto cerco de alambre electrificado, algo más parecido a un campo de concentración que a una empresa comercial.

ø El otro día, nos estábamos moviendo lentamente por el estacionamiento de la Ciudadela Comercial, cuando un hombre dijo a Karel: el reloj; Karel le dijo: ¿qué reloj?; y dijo el hombre: póngaselo en la mano derecha, más lejos de la ventanilla, en esta mano izquierda es demasiado fácil arrancárselo.

ø Durante una charla con una patrulla de policía, como nos toca tener de vez en cuando, entró en la conversación la cuestión de este ambiente delictivo y anti-delictivo; y nos comentaron los policías:
  - sí, teníamos un aparato electrónico muy bueno en la lucha anti-delictiva >>>>pero ya no lo tenemos más;
  - ah sí, y ¿por qué?
  - porque nos lo robaron.

Otro aspecto, bien increíble, de la delincuencia se da en los medios de transporte público, especialmente de larga distancia; buenos samaritanos ofrecen a sus vecinos golosinas, galletas, cigarrillos, cargados de una droga deprimente del sistema nervioso, para luego robar a sus víctimas todas sus pertenencias; las víctimas quedan conscientes pero no pueden reaccionar. Y no es cuento. Nosotros mismos vimos y escuchamos las advertencias dadas, periódicamente, por las autoridades; y cada boleto de transporte que se vende al público va acompañado automáticamente por un impreso de advertencia.



¡Ojo, que no se escape el teléfono!