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Por las lluvias caídas en los últimos días, muchos lugares, secos a la ida, hoy tenían barro y a veces resbalaban en pendiente; y hay que imaginarse los trechos de barriales de la ida, que, hoy, estaban mucho más extensos y profundos. Por colmo, empezó a llover, y llovió durante buena parte del trayecto. A los 2.300 metros de altitud, alcanzamos las nubes, y éstas empezaron a llamarse niebla, a veces bastante espesa. Felizmente, había muy poco tráfico; sin embargo, hubo varios casos cuando nos encontramos frente a frente con un vehículo viniendo en sentido contrario en una parte tan angosta del camino que uno de los vehículos tuvo que retroceder hasta un lugar adecuado para darle paso al otro.



Sí, lindo camino

Estas condiciones adversas no nos impidieron admirar el paisage: toda la zona de Muzo a Chiquinquirá es sumamente pintoresca, a veces grandiosa, pero de una grandiosidad nunca severa, sino siempre llena de amabilidad por la sorprendente circunstancia de montañas altas y escarpadas que nunca muestran rocas pero sí siempre el fresco verdor de una alfombra de praderas y bosques; y no nos impidieron, estas condiciones muy adversas, admirar la visión fugitiva, repetidas veces, de pájaros, ya sea con un cuerpo de color rojo violento y alas de color negro profundo, o con una mezcla de verde y azul.

Sabiendo, al partir de Muzo, que íbamos a enfrentar al revés la larga bajada de la ida, decidimos tomar unas mediciones concretas durante el regreso: los rasgos más salientes del perfil topográfico entre Muzo y Chiquinquirá, son, primero, una bajada de 14 kilómetros con un desnivel de 550 metros y, luego, una subida de 50 kilómetros con un desnivel de 2.300 metros, para alcanzar una altitud máxima de 2.750 metros.



Con las nubes debajo de nosotros

Finalmente, también aprovechamos este viaje de regreso para detenernos otra vez en la empresa cafetera de integración vertical dentro de las cuatro paredes de un rancho, para descubrir un aspecto adicional de su estructura.

Más concretamente, nos había venido la curiosidad de saber si esta familia, para el café de su consumo propio, se tuesta y muele el café de su propia producción o si se compra café del industrializado por otros - lo que no es un supuesto tan estúpido como parece porque, por lo menos en Vespuccia, vimos productores de leche, en vez de utilizar para consumo propio un poco de su propia leche, vender toda su producción, y luego correr, en uno de los varios coches de la familia, quién sabe cuántas millas, al mercado, a comprarse leche de la comercial.

En este caso, esta familia se tuesta y se muele su propio café - y del mejor, por favor, eligiéndose los granos uno por uno. En contra de nuestra costumbre de nunca beber café, por sus efectos dañinos, probamos un poco de éste: fue un privilegio deleitarse con un sabor digno de un rey en este rancho de los más humildes.