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Entonces, emprendimos el camino de retorno a Muzo.

Estaba anocheciendo. Un poco antes del pueblo, nos atrevimos a parar, no al borde del camino, simplemente porque no había borde de camino, sino ocupando parte del camino - pero eso, en el ambiente donde estábamos, no importaba - para cenar antes de corrernos al pueblo de Muzo, que veíamos anidado en uno de los pliegues, verdes, de estos contrafuertes, de no mucha altitud pero de pendientes bravas, de este ramal de la cordillera de los Andes, para pasar la noche en la plaza del pueblo, como ya teníamos arreglado con la policía.

Mientras estábamos así calmamente disfrutando la cena y digiriendo el día, tuvimos dos ofertas de negocios.

Se paró un vehículo que pasaba por el lugar, y el hombre nos ofreció - ¿qué? esmeraldas naturalmente; no, no queríamos esmeraldas; entonces nos ofreció si queríamos coca; no, no queríamos coca; entonces nos ofreció una finca de cultivo de coca, a un precio por fanegada absolutamente exorbitante - Usted sabe, es muy fértil por aquí y la coca crece que da miedo.

Al rato, se paró otro vehículo, y el hombre, después de ofrecernos sus esmeraldas sin éxito, nos ofreció un negocio que quizás nos interesaría más: armas.

Un día como éste es muy difícil de poner en palabras. No vimos la mina grande, la mina industrial; no sabemos cómo es la mina industrial, pero seguramente que nada puede equipararse con este encuentro nuestro con una escena de otro siglo y de otro lugar, pero transportada a este siglo y a este lugar.

Rememorándonos aquel rancherío y su incertidumbre endémica subyacente - o quizás su certidumbre demasiado inevitable de pendencias, es fácil entender que la estación de policía prefiera estar aquí en la plaza de Muzo y no allá en aquel tolderío.

Bueno, nos sacamos de encima el relato del día de ayer. Ah, nos olvidábamos de dos cositas.

1. Durante nuestro paso por la zona, o mejor dicho la altitud, cafetera durante la famosa bajada, visitamos otra poderosa empresa integrada verticalmente, pero, esta vez, no de sisal sino de café; toda la operación, desde los cafetos con sus cerezas coloradas - que es así que llaman aquí las bayas - hasta los granos de café, secándose en esteras en el suelo, o ya listos para tostar, todo ello, en las manos de una familia entre las cuatro paredes de un rancho, incluyendo un molino para abrir automáticamente las cerezas y automáticamente sacar de cada una los dos granos de café, todo, con la fuerza motriz de un brazo y dos pulmones.



   Sacándose del envoltorio y secándose en el suelo                                                        Cada cereza roja tiene dos granos

2 No sabríamos decir ahora dónde nos enteramos de que el río que vimos en el fondo de la quebrada, con su agua negra y su grava, es el desagüe largado por la operación industrial de la mina grande, desagüe donde los centenares de >>>>>>>>