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Como agradecimiento por la hospitalidad de la noche, le dimos al encargado del lugar, para que la transmitiera a la sirvienta por el trabajo extra que le ocasionamos, parte de la pulpería que habíamos traído con nosotros: un kilogramo y medio de arroz, un kilogramo de azúcar, una conserva de carne, y varios paquetes de naranjada instantánea en polvo. El encargado lo llevó todo a la sirvienta pero, al rato, trajo el recado de que, si pudiéramos agregar algo más, sería mejor - nos pareció un poco extraño ese requerimiento de regalo adicional, pero le agregamos una lata de atún.

Un tiempito más tarde, con la conciencia tranquila de haber hecho lo correcto, estábamos saliendo del puesto para seguir viaje, cuando, en la puerta de la cocina, apareció la sirvienta en total pánico ¿qué hacíamos, a dónde íbamos, y el desayuno? - ¿qué desayuno? - bueno, todo lo que le habíamos mandado, era para nuestro desayuno, ¿no cierto? ella lo estaba preparando y ya estaba casi listo.  Nuestro asombro fue por lo menos igual a su pánico.  Increíble.

Y nos fuimos, en una tercera piragua, hacia lo que no sabíamos que sería otro párrafo, y bien diferente, de la aventura.

El río, de Vijado para abajo, resultó ser como ninguno de los que habíamos recorrido hasta ese momento; resultó ser un no-río.

Resultó que lo que había sido un río se había tapado totalmente por un amontonamiento de palisada, como se nos explicó, o sea de árboles caídos y apilados por las aguas, de manera que éstas se están buscando en este momento un nuevo canal y corren por entre árboles de la selva por donde nunca habían corrido antes, con las consiguientes dificultades de curvas abruptas, de ramas erizándose por todos los lados, con un frecuente peligro de empalarnos en ellas o por lo menos de perder un ojo en un momentito de inatención.

Si, en los dos días de caminata, nuestro cuerpo recibió más de la cuenta de ejercicio de la cintura para abajo, esta mañana, en aquella piragua, recibió más ejercicio de la cuenta de la cintura para arriba, con todas las veces que tuvimos que esquivar ramas apostadas para perforarnos.

Fue realmente todo un nuevo espectáculo, el agua, en parte tratando virulentamente de encontrar un nuevo lecho, y en parte extendiéndose en capas muertas por entre la vegetación de la selva a ambos lados de la piragua, espectáculo visto por entre el hirsuto enredado de peligrosas ramas rotas.

Y luego, los árboles cedieron el paso a grandes espacios abiertos, cubiertos de juncos y de muchas otras plantas acuáticas; habíamos desembocado en los primeros kilómetros de la muy gran ciénaga del Atrato; a veces, las plantas acuáticas eran tan densas que se dejaba de ver el agua totalmente, y la piragua parecía avanzar como por tierra firme, como por una alfombra mágica.


Como aquí