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También, más tarde durante la noche, dos veces empezaron a caer gotas de agua; si bien, misericordiosamente, no se llegó a escala de lluvias, el susto fue igual.

La noche resultó por otra parte perfectamente tranquila; de los famosos maleantes colombianos, ni la sombra; las únicas sombras que veíamos eran las siluetas de murciélagos buscándose su sustento. Nunca se nos ocurrió - hasta ahora, a posteriori - que tal vez eran murciélagos vampiros.

También, estábamos bajo el peligro constante, si bien, según nos dijeron nuestros guías, altamente improbable, de que se nos cayera algo encima; es increíble la cantidad de cosas que van cayendo desde las alturas de los árboles, mayormente nueces y también ramas y ramitas muertas - ramas bastante grandes, por el ruido, como para aplastar cualquier cosa; para nuestro desasosiego, no pasaban cinco minutos sin que se oyera algo caer.

En un momento demasiado corto, de unos minutos, justo antes del amanecer, hubo un interesante y por demás efímero canto de pájaros - más que una fórmula habitual de canto aviar, era una interesante escala hexatónica descendiente con un ritmo de , cada nota, un sonido sucesivo; escala a veces modificada en pentatónica con solamente las cinco primeras notas del ritmo. Muy interesante y por demás corto.

En resumen, una noche sin problemas ya que todo lo desconocido se resolvió en conocido sin inconvenientes mayores.

Hay, sin embargo, un problema potencialmente serio para los días venideros; ayer, al acostarnos en la piragua, Karel notó que tenía el tobillo derecho bien hinchado; los guías diagnosticaron que no se trataba de alguna picadura o mordedura sino simplemente de haber tenido la zapatilla demasiado apretada; también notó Karel que tenía las piernas fuertemente quemadas por el sol, por haberse levantado los pantalones hasta encima de las rodillas para ayudar a empujar la piragua, precaución que, incidentalmente, de nada sirvió porque a veces se mojaba hasta la cintura.

Cuando lleguemos al pueblo de Paya, donde teníamos que haber llegado ayer, punto final de nuestro viaje en piragua del lado panameño, tendremos que quedarnos hasta que se componga el tobillo, porque, después, nos esperan días de marcha por la selva hasta alcanzar la red fluvial y las piraguas colombianas.

Esta mañana, el torrente se volvió peor. Ahora, hay que sacar a veces piedras del lecho para darle un mínimo de profundidad.

Estamos en Paya; a una hora de donde pasamos la noche, clavados por la oscuridad en la selva del Tapón del Darién.

Después de los guías y de las viviendas chocoes/emberaes, y después del arrabal de Boca de Cupé - puro pedazo de Africa - estamos, ahora, en territorio cuna.