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color de los ojos de nuestras abuelas - y no porque seamos extranjeros, los Panameños tuvieron que pasar por el mismo molino.

Volando.  La avioneta resulta ser todavía más chica que la que tomamos en el Alto Artico canadiense; ésta es solamente para cuatro pasajeros y su equipaje; ni siquiera está llena; somos nosotros dos y una mujer a todas luces cuna, por su vistosa mola. La avioneta está tremendamente ruidosa; nos improvisamos unos tapa-oídos de papel.

En la primera parte del vuelo, vimos el mar y algunas islas.

Ahora, estamos volando encima de la selva y de su red de ríos o, como podría llamárselos, aguapistas, ya que ellos (o ellas) son las grandes vías de comunicación en estas regiones de tupidas selvas.

En permanente contrapunto, un interés adicional es que estamos sentados directamente detrás del piloto, así que podemos ver en detalle todos los instrumentos de navegación; pudimos seguir el ángulo de subida, podemos seguir los cambios de altitud, de velocidad con relación al aire, las revoluciones de los motores y otros datos pertinentes; pero la impresión básica queda, tal como la tuvimos durante el vuelo en el Artico, que debe de ser, o por lo menos para nosotros sería, muy aburrido el trabajo de piloto - quizás un poeta podría aprovechar el tiempo para cincelar sus sonetos.

Yaviza.  El aterrizaje tuvo que hacerse en dos etapas; cuando el piloto quiso aterrizar, no pudo, por la simple razón de que la pista estaba ocupada por una tropilla de cebúes - tuvo, primero que bajar casi a ras de tierra para ahuyentar a los animales, luego retomar altura para una nueva bajada, y, esta segunda vez, pudo aterrizar sin inconvenientes.

Tal como apalabrado, nos estaban esperando la piragua y dos guías chocoes; justamente, como por magia o como en una película, al lado mismo de la avioneta, porque, por feliz circunstancia, la pista y el río están lado a lado.

Los dos guías resultaron simpáticos a primera vista; ah, y como no podía ser de otra manera, según ya habíamos tenido la insinuación en Panamá, también nos esperaba la familia en totalidad de uno de los guías, su señora, un hijo de doce años y una criatura de corta edad; familia del otro guía no hay porque todavía está soltero.


El guía "padre de familia"

Yaviza resulta ser un asentamiento de selva, con no mucho más posibilidades, pero no mucho más problemas, que sobrevivir en su ambiente.

Nada parece mucho más viejo que de esta generación, o de la anterior.