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cada lugar sino que viajan muy rápidamente: apenas aparecen, ya están fuera de vista.

Cuatro. Hay, por aquí, unos nidos de pájaros, muy curiosos - los nidos, se entiende: cada uno cuelga livianamente de la punta más extrema y más flexible de una rama, como una bolsa en forma de larguísima pera, bolsa como de tejido de arpillera bastante abierto; parecen hamacas para la gente aviar para mitigar los calores.


Los nidos

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Esta mañana, pudimos acercarnos más que ayer a Yaviza, en busca de la última palabra; deslizándonos entre toda clase de pesadas máquinas viales, y trepando y bajando pendientes de tierra revuelta, que seguramente han de compensarnos por todas las veces que no fuimos a un parque de diversiones en el pasado y todas las veces que no iremos en el futuro. Empero, a un kilómetro de Yaviza, tuvimos que parar, con la evidencia ineludible frente a nosotros, confirmada por lo que hablamos con gente de Yaviza que se encontraba en el lugar: si un camino ya establecido, éste, fue destruido por las lluvias de esta época de seca, con más razón, y sin duda, es imposible meterse en la selva, porque este año, según la fórmula ya consagrada, hace invierno en verano.

En otros años, cuando la sequía es como corresponde, parece que sí se podría intentar pasar por la selva, difícilmente, pero se podría intentar, a razón de dos o tres kilómetros por día, con suerte, con una cuadrilla de soporte logístico como ser ocho o diez hombres, y con la determinación de construir pontones de palmeras ... y cruzarlos; entre otras cosas. Este año, no se puede argüir con la naturaleza.

Y así es la última palabra sobre el Tapón del Darién; por lo menos por ahora.

En nuestro viaje a Tuktoyaktuk por el océano Artico congelado, la naturaleza también podía haberse tornado contra nosotros en sus caprichos anuales, abriendo grietas infranqueables en el hielo, pero fue con nosotros; aquí, en una situación realmente muy similar, se tornó contra nosotros.

Así que, con el pesar de habernos topado con uno de los años cíclicos de descompaginación del clima, pero con la conciencia tranquila de que nadie, nosotros u otros, podría pasar este año, no nos queda otra cosa que volver hacia Ciudad Panamá.

Todo ello, porque este último eslabón en la red vial panamericana, entre Panamá y Colombia, está esperando quién sabe qué.

Este último faltante eslabón físico vial, esperando-quién-sabe-qué, es, al mismo tiempo, el último eslabón en la realización de un sueño real tetra-secular: ya en tiempos de Balboa, el rey Carlos V había concebido, y mandado >>>>>>>>