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Hablando un poco de todo, desde que entramos a México, vimos ya varias patrullas militares paradas a un costado de diversos puntos de la carretera; cada grupo, de quizás una docena de muchachos en uniforme; sin interferir con el tráfico; sin hacer otra cosa tampoco; eso, nunca jamás lo vimos en Vespuccia o en Canadá; uno se pregunta por qué existe aquí; por otra parte, también se podría preguntar, y por qué no.

»   No resistimos la invitación de una huella apartándose del camino asfaltado para adentro del desierto; la seguimos unos kilómetros, y nos encontramos en un ambiente que es probablemente el que imperaba antes de la era del asfalto - con cantidad bastante nutrida de cactos de varios tipos, rodeados por un silencio de eternidad; pero, hay que repetirlo, lo de desierto debe de ser algo relativo, o si no, las vacas de por aquí deben de tener un quinto estómago para digerir pasto invisible porque las seguimos viendo buscándose hacendosamente su comida.



Los varios cactos

»»  Nos desviamos otra vez del asfalto, por una huella no mucho mejor que terreno vírgen, para ver las ruinas de una de las tantas misiones franciscanas de Baja California y unos dibujos rupestres paraborígenes.

    Ni la misión, misión San Fernando Velicata, ni los dibujos, valieron la pena; pero no se puede saber hasta haber visto. Como ocurre tantas veces, el trayecto tuvo más interés que la meta.

    El lugareño que nos guió hasta los dibujos se identificó como "descendiente de los indígenas", lo que lo pone casi en la categoría de una pieza de museo porque, según creemos ya haber indicado, el bulto de los paraborígenes bajacalifornianos terminó obliterado por las enfermedades europeas contra las cuales su salud no tenía defensas.

»»» Un tercer desvío, por una huella un poco más llevadera que la anterior, esta vez, para ver una vieja cantera abandonada de ónix, llamada, por aquí, El Mármol.

    Pudimos ver que no cualquier mármol, por sólo ser llamado mármol, tiene valor; vimos grandes bloques de dicho material, o mejor dicho de ónix, con grandes fallas naturales haciéndolo inutilizable en bloques grandes; también vimos una construcción totalmente de ónix, si bien ya sin techo, que se dice haber sido una escuela, pero que, por el espesor de las paredes, de unos noventa centímetros, y por unos refuerzos tremendos, fuera de toda proporción, más se parece a una iglesia, o mejor a un antiguo fortín; quizás fue las tres cosas a la vez.

    Ahora que, para decir la verdad, una razón para desviarnos hasta dicha mina abandonada fue que se encuentra en la zona de unos llanos de Buenos Aires; una llanura sorprendente, considerando lo revuelto del terreno por otras partes, una topografía no solamente llana sino también perfectamente árida, esta vez; hasta los cactos desaparecieron.