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en Honduras, El Salvador y Nicaragua. No sabemos qué pasará con Honduras y Nicaragua, pero El Salvador, seguramente tendremos que visitarlo recién a nuestro regreso de Suramérica, porque esperamos, para el bien de esa gente, que todo haya terminado mucho antes de nuestra vuelta.

Ah, sí, otra distracción fue ir a recibir la inyección contra la fiebre amarilla.

Las autopistas intra-urbanas de San Diego son obviamente mucho más cortas que las de Los Angeles, como corresponde en un pueblo solamente una fracción de la extensión de Los Angeles; pero, no solamente hay también un cruce de autopistas de cuatro niveles encimados sino que, en general, los ramales de conexión de las autopistas parecen mucho más enredados y entrelazados que en Los Angeles; no sabemos cómo se las arregla un automovilista que no conoce la ciudad y que no tiene la ayuda de una navegante como Božka.

Hoy, también vimos que, en San Diego, hay un centro naval de guerra intra-acuática.


San Diego

Estamos estacionados para la noche a dos cuadras de nuestro dormitorio de anoche, en un lugar garantido sin tráfico: es un callejón sin salida.

Vamos a empezar a fijarnos en nuestras notas de México; ya falta menos.

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Esta mañana, empezamos con más diligencias. El otro día, compramos una buena reserva de frutas secas sin el asalto de azufre y de azúcar u otros aditivos, y también una reserva de nueces; hoy, compramos una buena reserva de yerbas; a lo mejor todo ello se consigue en México, pero no sabemos.

Tratando de evitar las autopistas, nos enredamos en un barrio sin salida; pero, por lo menos, con calles con armoniosos nombres de pájaros: Canario, Faisán, Colibrí, Calandria, y otros. Gran parte del día, pasamos con trabajos de escritorio y domésticos.

En la radio, como parte de las noticias, nos enteramos, de que, hoy, el olaje en San Diego tiene una altura de 60 a 90 centímetros, de que las olas vienen cada once segundos, y de que la temperatura del agua es de quince grados.

También tuvimos la suerte de escuchar la cuidadosamente desconocida ópera Orfeo y Eurídice - de Gluck, naturalmente; no es porque San Diego sea excesivamente amante de música clásica - una estación la da, sabiamente entreverada con los más refinados anzuelos publicitarios de la hora - sino porque hoy es sábado a la tarde. Lamentablemente, no fue una grabación sino >>>>>>>>